Parque Nacional do Iguaçu. Brasil.

Reconstruir viajes exige tiempo y resulta difícil expresar con palabras. Sin duda, compartir imágenes alivia la tarea de escribir. Uno no elige ser español, argentino o brasileño, por eso siempre me he considerado ciudadana del mundo. Los aviones hacen alarde de su magia y nos mueven por los diferentes puntos del planeta. Un día sales de España, vuelas a Argentina y en cuestión de pocas horas apareces en Brasil.

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Han pasado once años desde que estuve en las Cataratas del Niagara y aún recuerdo cómo me impactaron. Me encontraba de nuevo en medio de un paraje natural único, en pleno corazón de la selva.

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Sostenía la cámara con las manos de una mera espectadora que se dejaba seducir por unos conmovedores saltos de agua que se deslizaban como velos engalanados.

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El Parque Nacional do Iguaçu se mostró inmenso. El camino transcurrió entre pasarelas que ponían de manifiesto una belleza exponencial con cada paso. Nos encontrábamos frente a los saltos que desembocaban sobre el el Río Iguazú. Los miradores ofrecían una panorámica excepcional.

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Un paréntesis para situarnos geográficamente: el “Parque Nacional do Iguaçu se encuentra a 17 km de la ciudad de Foz do Iguaçu, en el extremo oeste del estado brasilero de Paraná, y fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO en el año 1986”.

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Avanzábamos por el sendero en medio de un entorno envidiable con gran trascendencia ecológica, que nos premió con algún que otro mono camuflado entre los árboles selváticos.

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Seguíamos conectados con la naturaleza y nos sentíamos capaces de apreciar detalles que en otro momento de nuestras vidas podrían parecer insignificantes, como el paseo de una hormiga.

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El cielo estaba nublado y las plantas a nuestro paso, eran altas y salvajes. Emociones intensas recorrían nuestro cuerpo embriagado con cada una de las más de 200 cascadas de agua que discurrían a lo largo de la grandiosa panorámica.

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Durante las tres o cuatro horas que dura el sendero hasta la pasarela de la Garganta del Diablo pudimos divisar alguna de tantas aves que habitan en el parque. La belleza y la humedad impregnaban el ambiente.

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Por algo las Cataratas del Iguazú fueron declaradas en el año 2011 como una de las 7 Nuevas Maravillas Naturales del Mundo. Las imágenes hablan por sí solas.

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Observábamos con el rostro expectante. La naturaleza vital y colorida simpatizó con nosotros hasta el final del recorrido.

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El vapor de agua era intenso. La cascada majestuosa hizo acto de presencia dejándonos boquiabiertos. Estábamos ante la Garganta del Diablo. Mágica, vibrante y rugiente descargaba su agua sobre el río. La neblina se mezclaba con los suaves reflejos del arco iris. Nos empapaba, nos dejaba sin palabras.

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