La Danza del Masai. Kenia.

Mientras esperabamos la danza tradicional del Masai, en medio de aquel parque mítico y protegido, al sudoeste de Kenia, un aluvión de orientales en masa disparaba sus cajas oscuras mientras yo, atrapada por el ritmo, intentaba hacerme un hueco e inmortalizar el salto del guerrero.

El poblado es un compendio de matices muy vivos en un enclave privilegiado, Masái Mara. Esta reserva natural, que se encuentra en el condado de Narok (Kenia), está moteada de acacias, animales en constante lucha por sobrevivir y poblados diseminados de tribus Masais.

Habíamos salido de Nairobi temprano y recorrido cerca de trescientos kilómetros. A pesar del cansancio tras seis horas de carretera, ahí estabamos, en medio de la sabana, con unos guerreros de pura fibra que saltaban en el aire para darnos la bienvenida.

Me llamaron la atención dos jovenes agiles y fuertes, de melena rojiza larga y trenzada, solo tuve que acercarme a ellos y enseguida posaron para mí. Estaban impregnados de arcilla y a juzgar por su apariencia fisica, rondaban la madurez y por tanto, eran considerados «moran» o jovenes guerreros masai. Mas tarde pude averiguar que ambos tenían diecisiete años.

Me asombraban sus rasgos faciales, tan diferentes, uno tenía las facciones mas finas y la expresion del otro era más dura y temperamental, auque los dos muy espabilados, no me dejaron marchar hasta ver como habían quedado en la foto.

Se acercaban los más pequeños, juguetones y alegres a la vez que curioseaban al visitante. ¡Con tan poco y tan felices!.

Nos invitaron a pasar al poblado y mostrarnos su modo de ver y vivir la vida, no sin antes haber acordado unos buenos chelines, que irían a favor de la comunidad.

No hay duda de que estas tribus nómadas, han mantenido su cultura y costumbres. Sin embargo, a simple vista, se palpa que el turismo husmeante ha influido y modificado su inimitable onglomnerado de tradiciones que les caracteriza.

Un cuchillo, un palo de madera y nuestros anfritriones, engalanados de vitalidad y colorido, nos mostraron la manera tradicional de hacer fuego, un legado transmitido a lo largo de varias generaciones.

Nos ilustraban una vida sostenible en una aldea acordonada por vallas espinosas, en la que sus mujeres construyen y organizan en circulo, sus chozas o manyatas con recursos tan básicos como el barro, ramas y estiercol.

Seguíamos sus pasos entre aromas singulares. Sorteamos boñigas de vaca pero conquistados por las miradas inocentes de pies descalzos, por las sonrisas auténticas a las que no les importaba tener una mosca cerca, donde la naturaleza es sabia y un moco no molesta, por el cortejo de sus shukas rojizas, color que representa la sangre de buey, un elemento relevante y un simbolo de unidad y coraje en la cultura masai.

En el mundo masai cabe el dicho: «Tanto tienes, tanto vales». La vaca es sagrada: representa riqueza y sirve para la dote. Las mujeres cuidan de las casas y de sus hijos, mientras los hombres, pastorean por colinas sinuosas buscando el verdor de los pastos para sus rebaños.

Otra de las costumbres que caracteriza a esta etnia ancestral es la de beber sangre de la vaca. La técnica es disparar una flecha directa a la yugular del animal y la sangre que mana, la guardarán en una calabaza previamente esterilizada de forma natural.

Con este alimento, compensan la falta de sal en el resto de su dieta, que está basada en carne y leche. Sin embargo, con la llegada del turismo y el dinero que consiguen, han ido incorporando otros sustentos, entre ellos, cereales como el arroz.

Los matrimonios entre masais se arreglan desde que son niños. Las cabras, vacas y algún buey se convierten en la dote, de manera que las mujeres, al casarse pasan a ser propiedad del marido y relegadas a un segundo plano dentro de una cultura poligámica.

– ¿Cuántas mujeres tienes? –Le pregunté a nuestro anfitrión.

– ¡Solo una pero mi padre tiene dos! – respondió el masai.

Y allí estaba, en la puerta de su casa con un bebé en los brazos. Cuando el masai nos presentó, ella nos miró con cierta verguenza esbozando una sonrisa forzada y tenue.

Se notaba a la legua, que, estos seminomadas de origen nilótico, son un tanto presumidos. Durante la epoca de guerreros, los masais no se cortan el pelo.

Antes de la ceremonia de circunscripción, la madre se encarga de afeitar el pelo al joven masai , que después dejará crecer hasta que termina su epoca adulta, donde volverán a llevarlo corto.

Sin embargo, a las mujeres se les rasura para el día de la boda y a partir de ese momento, llevarán siempre la cabeza rapada y renunciarán a su libertad para dedicarse al cuidado de los hijos y la casa.

Me causó curiosidad que algunos hombres y mujeres no tenían la típica hendidura en los lóbulos de las orejas, que dilatan con tacos de madera. ¿Se estará perdiendo esta costumbre ancestral?

Nuestro hospitalario Masai, nos invitó a pasar a una de sus chozas. Agachados y pisando sobre tierra, franqueamos una puerta estrecha y pasamos a un espacio reducido libre de mosquitos, tratando de adaptar la vista a la oscuridad del momento. Tan solo pudimos apreciar un pequeño agujero rectangular, que servía de ventilación para el humo procedente de leña.

Como muestra de hospitalidad, nos instaron a sentarnos sobre una cama de cuero y madera, que, a pesar de estar dura como una piedra y sentir el humo adherido a nuestra piel, abrimos la mente para escuchar de buen grado a estos guerreros que tratan de preservar una identidad en peligro y que no parecían conocer lo que es un dolor de espalda.

Con una y otra demostración de agasajo, de nuevo seguimos su camino. Era momento de presentarnos a sus mujeres, que sin mirarnos a los ojos, nos daban la bienvenida con uno de sus cantos.

Me dió la impresión que ellas son más estrictas con las tradiciones. Además de sus quehaceres en la casa y obligaciones familiares, emplean parte del día en hacer adornos, collares y abalorios.

Estas cuentas de cristal, además de ser un compemento de belleza, tienen un abanico connotaciones: origen del clan, sexo, edad, estado civil etc.,

El mercadillo incitaba a pensar que podía tratarse de un poblado para turistas. Al final, compensó la experiencia global, porque lo que nos enriquece de los viajes es compartir, aprender y respetar otras culturas.

Y.., cuando el atardecer está apunto de reiniciarse, comienza de nuevo la danza.

¡Que el turismo no sea complice del último salto!

Viaje Agosto 2019

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