En mi ultima visita a la isla de La Palma, tuve la suerte de asistir por primera vez, a una cata de plátanos. Todo había sido una casualidad y tras una llamada de teléfono, ahí estábamos, de camino a Garafía, el municipio que se encuentra más al norte de la isla bonita, a unos 70 km de la capital.
Casa de La Cultura. Santo Domingo de Garafía
Decidimos ir por la zona de El Paso y parar en el Mirador de Time, donde habíamos estado un año antes. La vista del volcán expulsando ceniza sobre el la zona de Los Llanos de Aridane y Tazacorte fue sobrecogedora.
El valle estaba irreconocible. Toda esta zona es conocida por el cultivo del plátano y hasta hace pocos meses, estaba con el verdor característico que le regalaba un mar de plataneras.
Valle de Aridane. Mirador de Time. 2021.
La vida del agricultor palmero se ha visto muy afectada. Miles de personas dependen de esta fruta y son muchas las pérdidas directas e indirectas, tras la erupción del volcán que se ha formado en la zona de Cabeza de Vaca, en el Parque Natural de Cumbre Vieja. Se han destruido plantas de más de 100 años de antigüedad.
Valle de Aridane. Mirador de Time. 2020.
Unas cuantas curvas y todos los asistentes nos sentábamos en mesas individuales para aprender un poco de historia sobre esta seña de identidad canaria.
Lucia nos contaba que trabajaba como ingeniera agrónoma en la cooperativa engullida. Es impresionante el conocimiento y el vínculo emocional que tiene con el plátano palmero.
La platanera, procedente del sudeste asiático se comenzó a cultivar en las Islas Canarias prácticamente desde la conquista. En un principio orientado al autoconsumo y no es hasta el siglo XIX, cuando se transforma en un cultivo de explotación.
A comienzos del siglo XX, los ingleses, introducían una rival, la banana jamaicana. A partir de ese momento los productores canarios se esmeran y miman su corazón económico, consiguiendo mejorar y certificar la calidad, algo que se traducirá en un reconocimiento diferencial, con el que posicionarse y competir: denominación de origen y sello de indicación geográfica protegida.
Catábamos los primeros bocados y con ellos, averiguábamos más sobre sellos de calidad y sobre las diferentes variedades, que tan bien se han adaptado a la tierra y el viento: Gruesa Palmera, Brier, Criolla, Gran Enana, Palmerita Tomasa y Ricasa.
Algunas variedades pueden llegar a tener hasta cuatro metros de altura. Hay piñas con 150 dedos y con un peso de hasta 70kg. Teniendo en cuenta que la recogida es manual, nos damos cuenta del trabajo que esta conlleva, además de transportarlo al hombro entre 100 y 200 metros dependiendo de la finca.
Avanzábamos con las diferentes fases, con cada variedad y zonas. La primera, la visual que tiene que ver con el tamaño, grosor, color de la pulpa, escala de maduración y alteraciones. La segunda, la olfativa que hace referencia a la intensidad, aromas y posibles imperfecciones. Y por último, la gustativa que profundiza en el sabor, la intensidad, la textura y cómo no, si tiene algún defecto. ¡Ojo! Las motitas tienen que ver con la oxidación y los azucares.
Llamaba especialmente la atención, un plátano de color rojo-púrpura, una variedad que se introdujo hace veinte años con las primeras semillas procedentes de La Martinica. De sabor, debo reconocer que me defraudó un poco.
Las papilas gustativas comenzaban a percibir los diferentes sabores y se escuchaban expresiones muy sonadas en el mundo del vino, y que evocaban en este caso, al hedonismo del plátano: astringente, cremoso, mas o menos dulce, ácido.
Vivimos en un clima templado y la piña canaria permanece más tiempo en el campo antes de estar listo para su consumo, lo que permite a la fruta, acumular más horas de sol y calor. De esta forma, se reflejará en su calidad: aroma y sabor, que a pesar del efecto lija de la ceniza del volcán, permanecen intactos.
Como colofón gastronómico, pudimos probar un plato muy curioso y sorprendente, «polines». Un estofado cocinado a base de plátano guisado, cebolla, pimiento, chorizo, panceta y posiblemente algún ingrediente más, acompañado de un copa de vino blanco de la «Bodega Tamanca«, también afectada por el volcán. Hay que decir que la fotografía, algo borrosa, no hace justicia.
Polines
Fueron muchas las impresiones que nuestro cerebro recogió en este encuentro solidario y ojalá, iniciativas como la organizada por la «Asociación de Catadores de El Almud«, se copien al menos en el resto del archipielago, y quien sabe si con el tiempo, alguien se haga eco y se amplíe por el resto de España, incluso por Europa.
¿Te animas a una cata de plátano palmero en la que todo lo recaudado se done íntegramente a los damnificados del volcán?.
Sería una bonita forma de ayudar a las personas que dependen del «plátano del volcán» y además, también te podrías sumar a la iniciativa solidaria “Un plátano por La Palma”.
#unplátanoporlapalma
Son ya dos meses de erupción. Esperemos que acabe pronto.