Nepal, un sin fin de matices y gente adorable.

El calor de Nepal nos azotó en pleno mes de marzo, nada más aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Tribhuvan de Kathmandú. Tras tres colas para realizar los trámites del visado y el pago de 50 dólares, conseguimos pasar el control de pasaportes y bajo la mirada atenta de Buda, solventamos el periplo aeroportuario de conseguir llegar a la sala de equipajes y por ende, la salida de la terminal.

Imagen de Buda (Aeropuerto)

En el parking nos esperaban Germán y Babu con una cálida bienvenida y un hermoso collar de flores, símbolo de fortuna y pureza. Poco más tarde, Belku, la mujer de Babu, nos recibía en su Homestay con una tradicional acogida newari.

Durante tres semanas nos hemos movido por esta tierra mágica, hemos visto mucha pobreza, hemos caminado a través de senderos, hemos experimentado durante horas el vértigo de caminar por sus calles y la deficiencia de los caminos y carreteras nepalís, en autobús, en furgoneta, pero a cambio hemos conocido personas increíbles y nos hemos quedado con ganas de más con esos paisajes de montaña que roban el aliento, aunque el tiempo no ha querido ser nuestro aliado, al menos en esta ocasión, porque tenemos claro que queremos repetir.

Hermosa mujer nepalí en un pueblo cerca de Kirtipur.

Impresiona y sorprende la intensidad con la que hemos vivido este viaje, la facilidad con la que nos hemos mezclado con la gente, cómo nos hemos hecho eco de sus historias y cómo nos hemos impregnado de la cultura del país con las ocho montañas más altas del mundo.

A lo largo de este viaje, durante algunos días, nos hemos alojado en una Homestay, conviviendo con una familia Nepalí, a pocos kilómetros de Kathmandu muy cerca de Kirtipur. Hemos vivido una noche muy especial por uno de los templos hinduista más antiguos de Kirtipur, el Templo Bagh Bhairab comprobando en primera persona como se vive en este país la religión.

Mujer en el Templo Bagh Chaira

Hemos callejeado y admirado la arquitectura medieval, templos, el arte de planificación newari, monumentos históricos de Bhaktapur, la tercera ciudad más grande del Valle de Kathmandú y una de las mejor conservadas.

Hemos conocido la importancia de la cerámica y la artesanía en esta zona que se remonta a épocas muy antiguas.

Artesano en la Plaza de los Alfareros. Bhaktapur.

Nos hemos sentido atrapados por el ritmo y la espiritualidad de Swayambhunath, el Templo de los monos. Nos hemos fundido con en el ambiente budista dando vueltas en el sentido de las agujas del reloj por una de las Stupas más grandes del mundo, Boudhanath.

Velas, rezos y pies descalzos llenan de dinamismo religioso este lugar de peregrinación declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Boudhanath Stupa

Hemos presenciado una cremación en otro lugar sagrado de Shiva y Patrimonio de la humanidad, el templo Pashupatinath, donde vida, muerte, humo y saddhus, los hombres santos de Nepal, se congregan en este enorme complejo a lo largo del rio Bagmati.

Al coincidir con el tradicional festival Holi, hemos podido dar la bienvenida a la primavera con centenares de personas concentradas en la famosa plaza Durbar, rebosante de alegría, llena de matices y color en sintonía con el clamoroso ¡Happy Holi!

Plaza Durbar. Kathmandu.

Más del 80% de la población de Nepal vive en zonas rurales y depende de la agricultura de subsistencia para poder alimentarse.

Hemos tenido un enorme abanico de posibilidades fotográficas en aldeas pintorescas en el valle de Chitlang, provincia de Bagmati. Lo llaman el «Nepal oculto», porque allí, parece que el tiempo se detiene. Cuanta humildad, bondad y personalidad hemos respirado al conocer a su gente.

La mejor forma de recorrer esta zona es a pie. Caminar por sus senderos, nos ha hecho descubrir otra forma de vida muy rural, tan pobre y anclada en el pasado, que parece mentira que esté a tan pocos kilómetros de Kathmandu.

En Nepal hay más de 8.000 puentes colgantes y nosotros hemos cruzado por uno de ellos para llegar hasta Markhu, camino que nos ha regalado fascinantes perspectivas del lago artificial mas grande de Nepal.

Mujer cruzando el puente colgante de Markhu.

Cinco horas por unas carreteras repletas de baches y a mitad de camino entre Kathmandu y Pokhara, nos hemos perdido por el casco antiguo y las calles de otro pueblo newari, una joya medieval de las que conservan bastante su originalidad. Un paseo por su calle principal, nos llevó hasta el lavadero, en donde pudimos encontrar personas lavando su ropa a mano con mucha destreza.

Bandipur se encuentra asentada en una colina y llegó a ser una parada importante en la ruta comercial al Tibet. De no haber sido por la neblina, hubiéramos podido disfrutar de unas vistas increíbles del alba al atardecer.

Para terminar de enmudecer, no podía faltar una buena ruta de montaña y Pokhara ha sido nuestra puerta de entrada a uno de los senderos más asequibles en la región de los Annapurna, el trekking del Poon Hill.

Antes de alcanzar el Poon Hill (3.210m), en Pokhara, no podía faltar un paseo por la orilla del lago Phewa Tal, el segundo más grande de Nepal. Otra forma de disfrutar de la vista de esta hermosa masa de agua continental es desde el aire, con esa sensación de libertad y de adrenalina que regala un vuelo en parapente.

Lago Phewa

Nos hemos alojado en el hotel de un monasterio budista que actúa como ONG y que se encarga de la acogida y educación de muchos niños huérfanos y abandonados. Esto nos ha permitido conocer su día a día de vida austera y sus monjes, sobre todo los pequeñines, nos han regalado muchas sonrisas y momentos inolvidables.

Dedicamos al Poon Hill cuatro días completos para disfrutar de la naturaleza nepalí a través de sus interminables y empinadas escaleras de piedra, para seguir conociendo a su gente, y el quinto día, en Ghandruk, pudimos ver durante un breve momento las montañas, que asomaron para poner la guinda al pastel de este intenso viaje, pero fueron tan tímidas con nosotros, que enseguida se volvieron a esconder tras un halo blanquecino y no nos va a quedar más remedio que volver.

Vista de Annapurna South y Himchuli

Regresamos de nuevo a Pokhara, probamos sus masajes, experimentamos el cierre de su aeropuerto, y lo que supone el fenómeno «carretera nepalí» tras siete horas hasta llegar a Kathmandu.

En esta ocasión, Nepal no nos ha regalado las vistas que esperábamos desde su balcón privilegiado, pero a cambio, se ha dejado querer por su gente.

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