Una vez preparados, salimos de Langidalur, con un día nublado pero sin lluvia. Los alrededores de este refugio con vistas a la lengua del glaciar Etnujökull son fascinantes. Es uno de lo parajes más hermosos hasta ese momento, junto con Álftavatn y Hvanngil.
Iniciamos la marcha en dirección al paso de montaña Fimmvórduháls por el río Krossá, que cruzamos por un puente móvil estratégicamente colocado, teniendo en cuenta el caudal del río.

Nos sumergíamos de nuevo en la naturaleza islandesa, entre una vegetación más frondosa y el impacto visual que provocaban las formas caprichosas.

Comenzamos con una subida por el Barranco de Stákagil para continuar por la cordillera Kattahryggir.

El paisaje que se abría por este desfiladero era extraordinario. El cambio era radical. Se imponía el verde intenso.

La “espina de gato” nos esperaba con una verticalidad de vértigo. Cruzamos con precaución el estrecho sendero del paso Fimmvorduháls, situado entre dos titanes,los glaciares Myrdalsjökull y Eyjafllajökull

El camino se había convertido en un desafío total. A nuestro paso encontrábamos unas cadenas que podrían servir como quitamiendos, pero nada más. Leila nos recomendó no usarlas porque no eran seguras.

Tuvimos mucha suerte, la verdad. Se acercaba la hora del almuerzo y coincidiendo con un páramo donde las vistas a los glaciares Myrdálsjökull y Gígjökull eran excepcionales, aprovechábamos para tomar un tentempié y recuperar algo de energía.

Tras un breve descanso, retomábamos el camino hacia la colada de lava, fruto de la famosa erupción volcánica de Eyjafjallajökull en 2010. Es dificil no recordarlo, porque la nube de ceniza forzó la interrupcíón del tráfico aéreo en Europa al menos, durante una semana.

Se percibía la verdadera esencia del volcán en uno de los parajes más desolados. De nuevo, comenzaba el contraste entre el blanco y el negro, el hielo y el fuego.

Seguíamos en ascenso entre dos montañas de corta edad. El negro era cada vez más intenso y la presencia de la nieve más evidente. Volvíamos a caminar por neveros crujientes, interminables y agotadores.

A pesar del frío, hubo momentos en los que me sentí sofocada y a veces, sin aliento. La etapa en si no estaba siendo complicada, pero el desnivel positivo (+1000 m) y la acumulación de cansancio se iba apoderaba de mi cuerpo y la mente tenía que esforzarse por mantener el paso.
Y por fin divisábamos el refugio de Fimmvorduhals, tan recóndito y ansiado. Lo bueno de las estancias de toda la ruta, es que nos teníamos que quitar el calzado en la entrada, antes de pasar a las habitaciones o a la cocina. De esa forma, los refugios se mantienen más limpios y cuidados.

Por cierto, ocupamos la única habitación de la planta superior. El resto de senderistas, según iban llegando se acoplaron en la cocina, que tras la cena, se convertía en su cobijo para pasar la noche.
Este refugio, con capacidad para unas veintitrés personas, no tiene duchas, ni agua corriente. El unico agua en la zona proviene de la nieve y la lluvia por lo que es importante llevar agua potable.

El único baño consiste en una letrina dentro de una cabaña rustica sobre piedra y que se encuentra en el exterior, muy bien adaptada al entorno. Había un cartel en la entrada recomendando a los varones hacer pipí fuera, lo que evitaba el colapso y nos favorecia dicha labor a las mujeres.
Las vistas del océano Atlantico habían compensado el esfuerzo. Sin duda, una experiencia para repetir .
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