Habían pasado casi veinte años, pero esta vez, máscaras y trajes majestuosos serían los protagonistas de un reencuentro añorado. El derroche de color, la vitalidad y una elegancia exquisita, nos regalaban escenas de intriga y romanticismo en una urbe de personalidad admirada, la reina del Adriático.
El carnaval es pura esencia veneciana y tras ocho siglos de tradición, ese año había querido honrar a soñadores, viajeros y a “Otelo” de William Shakespeare. La literatura nos llevó hasta la una calle muy curiosa, Campiello del Tintor.
De repente, no vimos sumergidos entre colores vistosos, plumas seductoras y vestidos espectaculares que abordaban obstáculos entre obras que, a lo largo de los años, han aprendido a flotar.

Las tiendas de libros con encanto avivan el apetito por la lectura y la Librería Aqua Alta contenía no solo belleza y libros, también góndolas, barcas, bañeras y otros recipientes inundados de tesoros literarios, obras de arte, postales y enciclopedias antiguas, cuadernos, láminas, mapas.., y algún gato.
Este peculiar establecimiento, con la huella del un Casanova seductor y en caos ilusorio, denotaba una personalidad abrumadora a través de sus pasillos apretados.
La tradición de este mundo imaginario comenzó en el siglo XI. Después hubo un período de decadencia y volvió a recuperar su máximo esplendor en el siglo XVIII.

Seguíamos callejeando por la capital del Véneto entre puentes y canales. Los atuendos misteriosos y de exquisito gusto, se cruzaban a nuestro paso por los rincones más inesperados donde convergen arquitectura barroca, bizantina y renacentista

Este universo anónimo de fama internacional, es un desafío a la creatividad y cada detalle en la estética juega un papel importante para atraer todas las miradas.

Y pensar que Napoleón llegó a prohibir este deslumbrante Carnaval por miedo a una conspiración contra él. Sin embargo, la tradición se pudo reativar de nuevo y se oficializó en el año 1.979.

Viajabamos atravesando canales hasta el «Puente de Los Suspiros». De nuevo, coincidiamos con más rostros ocultos. Las máscaras de papel maché eran auténticas obras de arte y uno de los personajes principales del carnaval más famoso de Italia.

Era hora de zambullirse en el corazón de los venecianos. Habíamos cruzado las Columnas de San Marco y San Teodoro, y a medida que nos acercabamos a la Plaza de San Marcos, la concentración de disfraces iba en aumento. Para nuestra sorpresa, a los pies del Campanille, en la «Loggia de Sansovino», se encontraba Narciso, un caballero de porte elegante que nos agasajó con un guiño, a través de su reflejo.
Las «loggias» son una especie de terrazas con cubierta, construidas en arquitectura renacentista y que servían de encuentro a miembros de la nobleza.
– «Espejito, espejito, ¿quien es la más glamurosa de todas? –preguntaba el apuesto principe en la Plaza de San Marcos.
– «Tu mascarita, ella es la más bella entre todas». –respondió el espejito.
No era de extrañar que hubiera tantas parejas con elaboradísimas indumentarias de época y es que las máscaras tienen su historia. El carnaval siempre fue una gran atracción para los aristócratas europeos y les servía para mezclarse con el pueblo.

La Plaza de San Marcos se transforma en carnaval y se convierte en el lugar estrella para los turistas conquistados por los desfiles enmascarados y los espectáculos teatrales y musicales.

Los tocados y pelucas de época victoriana también tienen su relevancia en la fiesta: rubías, blancas, rojizas, grises.., colores para todos los gustos.
No podían faltar las «castagnole», tipico dulce de carnaval, y que mejor sitio para probarlos que en uno de los Cafés más distinguidos e históricos de Venecia. Su historia se remonta al año 1.720 que debutó con el nombre «Alla Venezia Trionfante» y más adelante pasó a llamarse «Caffè Florian» en homenaje a su propietario.
Las «castagnole» tienen cierto parecido a los buñuelos y el sabor es similar a las rosquillas de anis. Con un poco de paciencia y algo de suerte, conseguimos pasar a saborearlos.

La ciudad merecía unos cuantos paseos de idas y venidas sin rumbo fijo. A decir verdad, nos empujaba una vez más, a perdernos por sus calles y callejuelas. Más parejas hermoseaban en la columnata porticada del Palacio Ducal, una obra arquitectónica que ponía de manifiesto la belleza del gótico.

Viajar en el tiempo es posible en la ciudad de los canales, donde el agua, los puentes arqueados y las calles adoquinadas, juegan un papel vital mientras percibes la esencia gastronómica.
Las góndolas, son otro de personajes tradicionales en la cara más romántica de la capital. En el siglo XVIII, todos los canales venecianos rebosaban de estas embarcaciones ligeras de color negro. Su uso estaba destinado a los viajes y al comercio.

Hoy día, las góndolas no superan el medio millar y se han convertido en una joya para el turismo. Los gondoleros se encuentran en los puntos estratégicos de la ciudad flotante y son fáciles de distinguir, no por su disfraz, si no por su uniforme de trabajo tan característico: pantalón negro, camiseta de rayas rojas o negras y sombrero de paja con una cinta.
Hay caminos que no se pueden obviar en Venecia y sus callejuelas nos trasnportaron hasta el puente más antiguo del Gran Canal, el Puente Rialto, otro punto de paso obligado para los querían lucir sus indumentarias más barrocas.
Las máscaras venecianas han tenido muchas tendencias a lo largo de la historia y su uso no ha sido exclusivo del carnaval. Desde el siglo XIII, los Maschereri, artesanos especializados, fueron consagrando este arte centeranio como profesión y fundaron la primera escuela escuela 1.271.
Las auténticas se fabrican con un molde de arcilla y papel maché, donde se vierte el yeso que, una vez seco se le pega pasta de papel. Al endurecerse, se procede al desmoldado y a la elaboración de la forma de la máscara. Una vez terminado este proceso, se decoran con pintura y otros materiales. Las creaciones van desde las más sencillas de color blanco a lás mas ornamentadas con plumas, encajes, joyas, incluso con pan de oro y plata.
Los turistas, en general no se disfrazan pero casi siempre se compran una mascara para llevarsela de recuerdo. Hay precios para todos los bolsillos, pero la mayoria de puestos callejeros, las que venden son de plastico.

Para preservar las auténticas, las hechas a mano por artesanos, podrás encontrarlas en tiendas especializadas dónde además, te explicarán su protocolo riguroso de trabajo.
Y si te apetece unirte a la fiesta sin forzar mucho la imaginación, una máscara, una capa negra de raso, un sombrero estilo Casanova y a disfrutar de esta vieja tradición, en la que las clases sociales se ausentan para dar paso a un momento único que saborear.
Viaje Marzo 2019