En la última jornada del trekking poníamos el broche de oro a través de una naturaleza exhuberante con la misión de inspirar al caminante en un descenso acaudalado que revelaba un idilio entre cascadas y grutas, a la vez que daba vida al rio Skógar y nos deleitaba con algún que otro arcoiris.

Es probable que Landmannalaugar sea una de las rutas más populares de Islandia. Apenas coincidimos con otros senderistas hasta bien avanzado el tramo final del camino.

Por la mañana temprano saliamos del refugio hasta un puente peatonal de madera, siempre siguiendo el curso del rio. Atravesamos cascadas que se precipitaban sobre ceñidas gargantas de una belleza colosal.

Los saltos de agua, numerosos y de gran caudal, dibujaban un trazado a lo largo del rio que parecía tener lenguaje.
En total veinticuatro cascadas, unas más anchas que otras. Reconozco que a partir de la cuarta dejé de contar y me limité a disfrutar del sendero.

Exploramos cada garganta como si fuera la primera. El sendero a Skógafoss, perfectamente señalizado por balizas, nos hizo retroceder en el tiempo y cada vez, se mostraba más verdoso.
Sin embargo, a pesar de que el camino tenía un encanto excepcional, mis pies comenzaban a resentirse y estaba deseando liberarlos de las botas de montaña.

Resultaba cautivador caminar por semejante paraje de naturaleza solidaria, a la vez que ensordecíamos con el chaquido del agua glaciar que se precipitaba bruscamente sobre tramos escalonados.

Tuvimos una suerte inmensa con el tiempo. Al parecer el clima no suele ser tan amable, sino más bien inhóspito. Por este motivo se recomienda hacer la ruta en verano. Divisar el glaciar pone de manifiesto lo duro y áspero que debe de ser este paisaje durante el invierno.

Y así terminaba la jornada, cansada pero feliz, con más de 80 kilómetros y la famosa catarata Skógafoss a mi espalda, donde el río Skógá quiebra en una pared de roca y llega a su máxima expresión precipitándose a lo largo de 62 metros, hasta llegar a la llanura litoral.
Una espuma que pulverizaba y un día soleado fueron los componentes ideales para recrear un hermoso arcoiris.

Una de las leyendas sobre esta cascada cuenta que tras la caida del agua, se encuentra una cueva, y en ella, un tesoro. Al parecer, un vikingo llamado Þrasi Þórolfsson, escondió un cofre de oro y piedras preciosas que, aunque un joven lo encontró, no pudo llegar conquistarlo.
Hay quién dice que cuando el sol brilla, se puede apreciar un resplandor de oro.
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